Sí, hoy cocino para ti. Así que déjame solo en la cocina. Déjame con mi tiempo, con mis éxitos y mis fracasos, con mis ideas y mis diablos. Déjame también con una botella de vino tinto, con tinta de toro, la beberé mientras cocino, mientras cocino para ti.
De primero prepararé algo sencillo, rápido y fresco. Tal vez prepare en un plato de pizarra negra unos higos cortados transversalmente y sobre su miel y su carne, que recuerda ciertas partes de tu anatomía ponga unas virutitas de jamón. Cortadas muy finas, como el hilo de saliva que cuelga entre tu lengua y mis labios, entre tu espera y mi ahora. Prepararé también como aperitivo un poco de ese queso stilton, fuerte como tu carácter escondido, maridado con un poco de mermelada de uvas. Ya sabes, uva y queso saben a beso, a tus besos en la mejilla, a tus besos en las manos y en el pecho, a los besos que no me has dado, a todos los que si que hemos disfrutado.
Lo pondré en la mesa para compartir, como se comparte la vida, como se comparten las horas y algunos momentos, como se comparte el destino, como se comparte el olor a futuro que pende del aire y de tu pelo
Tras esto me pondré a cocinar. Pondré la música que me gusta, para que sus sonidos y la poesía de sus letras baile con el aroma del horno, se introduzca en los alimentos y acunen mis manos mientras preparo la comida. Un trago de vino. Una poesía cantada mientras el fuego ancestral caldea el ambiente.
Cogeré unas cebollas chalota, las pelaré con cuidado, con cuidado de no llorar quiero decir, vaya a ser que los malos recuerdos aprovechen las lagrimas para doler donde no deben. Las enredare y diluiré con esos aparatos eléctricos con un par de cervezas negras (sí ya sabes, esa Guinness que tanto me gusta, y más si se bebe en su lugar de origen con lluvia de fondo ) haciendo una suculenta combinación.
En la bandeja de trasparente cristal pondré un rodaballo. Turbot lo llamamos por aquí. Lo dejaré calentar un ratito y poco después pondré la salsa hecha con chalotas y cerveza negra. Revolveré en el hueco de la palma de mi mano algo de pimienta verde molida y sal. Las mezclaré en las líneas de mi vida, para que se entrelacen y mezclen como se juntan algunas existencias.
Lo dejaré cocer el tiempo justo, el necesario. Tal vez el tiempo que duran algunos besos, el tiempo entre un te quiero y un te deseo, el tiempo de un abrazo, el tiempo en que se tarda en susurrar al oído las palabras que no se deben de decir en voz alta.
Beberé algo de vino tinto, mientras espero y veo como el tiempo y el fuego convierten esos productos en algo que deberá de estar muy suculento. Quizás caramelice algunas cebollitas, de esas pequeñas como las canicas de mis juegos de infancia.
Serviré el turbot, lo decoraré con las cebollitas caramelizadas y espuma de sonrisas.
Lo podemos comer acompañado de ese blanco seco y frío que tanto gusta.
Después podemos hacer lo que quieras. Tal vez cogernos las manos y permanecer en silencio diciendo callados esas cosas que sólo se pueden decir en silencio. O podemos malgastar nuestro esfuerzo y saliva hablando de política. Del destino por venir. De las cosas vividas y de las que viviremos. De viajes soñados. De vos y de mí. O podemos dejar que se calle el ruido, que pare la ciudad, mirar tras los parpados el deseo y dejar que sean los cuerpos y la lujuria arrebatada quien continúe expresándose.
De primero prepararé algo sencillo, rápido y fresco. Tal vez prepare en un plato de pizarra negra unos higos cortados transversalmente y sobre su miel y su carne, que recuerda ciertas partes de tu anatomía ponga unas virutitas de jamón. Cortadas muy finas, como el hilo de saliva que cuelga entre tu lengua y mis labios, entre tu espera y mi ahora. Prepararé también como aperitivo un poco de ese queso stilton, fuerte como tu carácter escondido, maridado con un poco de mermelada de uvas. Ya sabes, uva y queso saben a beso, a tus besos en la mejilla, a tus besos en las manos y en el pecho, a los besos que no me has dado, a todos los que si que hemos disfrutado.
Lo pondré en la mesa para compartir, como se comparte la vida, como se comparten las horas y algunos momentos, como se comparte el destino, como se comparte el olor a futuro que pende del aire y de tu pelo
Tras esto me pondré a cocinar. Pondré la música que me gusta, para que sus sonidos y la poesía de sus letras baile con el aroma del horno, se introduzca en los alimentos y acunen mis manos mientras preparo la comida. Un trago de vino. Una poesía cantada mientras el fuego ancestral caldea el ambiente.
Cogeré unas cebollas chalota, las pelaré con cuidado, con cuidado de no llorar quiero decir, vaya a ser que los malos recuerdos aprovechen las lagrimas para doler donde no deben. Las enredare y diluiré con esos aparatos eléctricos con un par de cervezas negras (sí ya sabes, esa Guinness que tanto me gusta, y más si se bebe en su lugar de origen con lluvia de fondo ) haciendo una suculenta combinación.
En la bandeja de trasparente cristal pondré un rodaballo. Turbot lo llamamos por aquí. Lo dejaré calentar un ratito y poco después pondré la salsa hecha con chalotas y cerveza negra. Revolveré en el hueco de la palma de mi mano algo de pimienta verde molida y sal. Las mezclaré en las líneas de mi vida, para que se entrelacen y mezclen como se juntan algunas existencias.
Lo dejaré cocer el tiempo justo, el necesario. Tal vez el tiempo que duran algunos besos, el tiempo entre un te quiero y un te deseo, el tiempo de un abrazo, el tiempo en que se tarda en susurrar al oído las palabras que no se deben de decir en voz alta.
Beberé algo de vino tinto, mientras espero y veo como el tiempo y el fuego convierten esos productos en algo que deberá de estar muy suculento. Quizás caramelice algunas cebollitas, de esas pequeñas como las canicas de mis juegos de infancia.
Serviré el turbot, lo decoraré con las cebollitas caramelizadas y espuma de sonrisas.
Lo podemos comer acompañado de ese blanco seco y frío que tanto gusta.
Después podemos hacer lo que quieras. Tal vez cogernos las manos y permanecer en silencio diciendo callados esas cosas que sólo se pueden decir en silencio. O podemos malgastar nuestro esfuerzo y saliva hablando de política. Del destino por venir. De las cosas vividas y de las que viviremos. De viajes soñados. De vos y de mí. O podemos dejar que se calle el ruido, que pare la ciudad, mirar tras los parpados el deseo y dejar que sean los cuerpos y la lujuria arrebatada quien continúe expresándose.
¿Te apetece?