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martes, 20 de diciembre de 2011

FIESTAS Y REGALOS.

Vienen fechas reseñadas. Creas o no en Dios. Qué más da? Lo cierto es que final de año, nos guste o no, no es exactamente igual que el mes de, por ejemplo, marzo.

Así que aquí estamos, acabando el año. Haciendo balance y promesas. Amarrándonos el bolsillo y el corazón. Soplando en heridas propias y ajenas. Acabando. Acabando para empezar otra vez. Empieza otro trajín de comidas fechas y regalos. Difícil saber que regalar a los seres queridos, a los que nos olvidaron una lejana mañana de un lluvioso abril. Se me ocurre que una corbata o un perfume es demasiado corriente, demasiado costumbrista. Me vinieron a la mente cosas más interesantes.

Tal vez, ahora que duele la esperanza y que parece que el futuro no va a ser más que recuerdos pasados, sea momento de regalarnos una buena borrachera y brindar por Friedrich Nietzsche y su Dios muerto y lejano intentando así calmar a nuestros demonios.

O regalar hilos de colores con el que coser los botones de tu mejor camisa. Ese hilo con el que en ocasiones has remendado mi corazón ansioso de latir y vivir. Regalarte sin papel de regalo ese hilo color verde de ojos que tantas veces has empleado para bordar el presente e hilvanar, en madrugadas frías sin alma, el futuro incierto.

Quizás, sea un buen regalo un poema de José Hierro. Ese que decía:
Canta, me dices. Y yo canto.
¿Cómo callar? Mi boca es tuya.
Rompo contento mis amarras,
dejo que el mundo se me funda.
Sueña, me dices. Y yo sueño.

No sé, no soy muy original para los regalos, pero se me ocurre regalar un cuento susurrado al oído en la noche más oscura, ese que dice “esto pasará”. Un arbol por plantar. Una muñeca rota. Una clepsidra con agua turbia que permita dar marcha atrás. Un lápiz de color para dibujar sonrisa. Una goma de borrar lagrimas y subrayar esos errores que nos hacen mejores.

El cantar de los cantares. Un ramillete de certezas. Un vestidito corto arrancado a mordisquitos de felicidad. Un orgasmo de gloria sin pena. Un beso donde más lo necesites, otro donde más vergüenza te de. Una galleta mojada en leche caliente y miel. La eternidad de uno de esos besos que duran sólo un segundo. Mi pecho y sus recovecos. Un viaje a nunca jamás y su buhardilla. La colección de derrotas con las que vamos venciendo a la vida. Un cubo repleto de abrazos. El miedo vencido. Un paseo para comer manzanas en el paraiso. Otro bajo la lluvia

No sé, tal vez un FELIZ AÑO NUEVO.

jueves, 8 de diciembre de 2011

DONDE HABITA LA ESPERANZA.

Es verdad, vivimos en tiempos difíciles y oscuros, las cosas no andan bien. Vivir es difícil, seguir caminando con la cabeza alta y el bolsillo medio lleno es más complejo cada día. Pero, cuando fue fácil vivir? Cuando fue fácil seguir? En el año 39? En el año 84? En el 1120? En 1968? en 1972? En nuestra piel, cada vez viven más temores, más problemas. Resulta difícil saber dónde está la esperanza.

Ya nadie se cree que la esperanza que nos salvará de esos lestrigones que vienen a visitarnos en noches oscuras sin lunas ni estrellas esté guardada en el viejo ánfora de Pandora. No, ya nadie se lo cree. Tal vez, sea así, tal vez no exista ningún viejo monte en Grecia, camino del Parnaso, en el que se perdiera el ánfora y los sueño y la esperanza. Ves a saber.

En todo caso, el otro día –ya conocéis mi estúpida manía de leer la prensa- pude leer como un Juez de Huelva dicto sentencia mediante la cual exoneraba, absolvía, de responsabilidad penal y civil al rey Baltasar de un “caramelazo” dado en el ojo a una vecina de esta ciudad.

Lo cierto es que este juez tras el, casi intachable, razonamiento jurídico que una persona que realiza según que actividad asume el riesgo que esta comporta (vamos! que si practicas boxeo poco sentido tiene demandar al que te parte la cara) argumenta que él, el juez, está incapacitado para sancionar a un ser que lleva muchos años, cada 6 de enero, regalándole sueños y esperanzas, deseos y regalos. Más tarde este maravilloso juez decide que al desconocer, -ya que hace más de 2000 años se investiga-, la nacionalidad de Sir Baltasar puede que no sea competente.

Pensé, que tal vez la esperanza habite ahí, justo en ese lugar. En ese despacho lleno de folios de divorcios, y condenas, de autos, providencias y sentencias por recurrir y por perder. En el corazón de veranos eternos de un juez con toga y corbata que se niega a dejar de ser niño. Que rehúsa tirar sus pantalones de Peter Pan. Ves a saber. Tal vez, ahí justo ahí habiten nuestras esperanzas y sueños.

Lo cierto es que si miramos con detenimiento existen mil motivos para sonreír, mil lugares en los que habita y reside sonriente y deseosa de salir a pasear esa esperanza, esa ilusión que nos quiere traer la certeza de un mañana mejor, más cierto limpio y puro.

Solemos buscarla en el designio de las moiras, las nornas o las parcas. En viejas promesas de antiguos lugares olvidados y tal vez inexistentes; Avalon, Samarcanda, San Borondón, Asgard, El parnaso. El Olimpo en el que te perdí. En Shangri la. En la espalda de la diosa que nos visita en sueños. No sé, solemos buscar lejos, y tal vez la esperanza y esa ilusión optimista estén cerca, muy cerca. Fíjate, en el despacho de un juez que se niega a condenar a un Rey mago.

Es posible que toda esa esperanza y deseo no estén más que en la mirada de un niño, de esos que te observan rescatando tus dudas e incertezas con un solo brillo de sus pupilas. En esa luz de otoño, sus hojas que caen. En las cosas que se dicen en silencio, y en silencio se escuchan. En el café de la mañana compartido con un desconocido que te sonríe. En el miedo superado. Un cliente que se pierde y un amigo que se gana. En el olor a tierra empapada por lagrimas de dioses tras llover cuando tu y yo nos amamos. En las certezas que trae el llanto de un bebe. En la lumbre que agita las almas y calienta los eneros. En el que da sin pedir. En las lecciones que aprendemos a golpes como los lobos pequeñitos. En las huellas que dejaste en la playa ese lejano verano, en las que volverás a dejar el verano que llega.

No sé, no sé muy bien dónde anda esa esperanza perdida. Lo que sí que sé es que si un juez es capaz de dictar esa sentencia y no condenar a uno de esos reyes magos es que la esperanza, los sueños no se han perdido.

Yo, no creo en los reyes magos. Por si acaso les pediré que el 7 de enero brille el sol. Que los políticos se preocupan más en satisfacer a las personas y menos en calmar a “los mercados.” Les pediré, ya que estamos, que me sigas queriendo. Que mi piccolo sea feliz. Que los “mercados” se preocupen de la gente. Que las personas, tu y yo, y tu vecino y Sir Baltasar, se preocupen de como crecen las flores de seguir y reír. De vivir.