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viernes, 20 de enero de 2012

DESHACERTE LA CAMA.

Déjame deshacerte la cama. Ya ves, así de sencillo. Déjame deshacerte la cama, porque no sólo guardo toda la pasión que ya conoces en el sur de mi ombligo, sino porque también, aquí en este rincón de mi alma que carece de dobleces, guardo el calor que necesitas, el abrazo que andas buscando, el vientecillo que calma el abatimiento, el susurro al oído que te rescatará del naufragio.

Déjame deshacerte la cama. Esta noche. O esta tarde antes de que se ponga el sol. Ves a saber, mientras nos perdemos entre las sabanas y nos abandonamos entre las almohadas, tal vez un ángel herido bata sus alas y un diablo sople en sus estigmas para curarlo y ambos intenten remontar el vuelo hasta ese atardecer para ayudar al sol a esconderse en el oeste lejano. Para traernos la sombra que oculte los pecados.

Déjame deshacerte la cama, y que fuera el mundo siga girando e intente volver a estar para bromas y risas. Que tras las sabanas las redacciones de los periódicos impriman buenas noticias. Que el capitán Garfio se vaya de vinos con Peter Pan y que compartan sonrisas y un buen somontano. Que mientras nos arrullamos el cuerpo y el alma, la frente y la espalda, las miradas y las perdidas, mientras entrelazamos nuestras manos las cosas mejoren. Que los despechados superen sus 19 días y nuestras 500 noches.

Déjame deshacerte la cama. Llevarte al cielo. Escapémonos de las lágrimas y las rutinas, volvamos a la felicidad de la niñez, a la efervescencia de la adolescencia, a la seguridad de la madurez. Ya ves, igual la cama deshecha y rota sirva para mucho más que para sudar y retozar una vez más. Déjame que deshaga tu cama y allí dedicarnos a tejer con el hilo de tu sonrisa retazos de esperanza, de fe, de convicciones y de optimismo.

Deshagamos la cama y que los hijos pródigos se emancipen. Que los ladrones decidan convertirse en poetas y repartan pedacitos de calor a quien los necesite y sienta frio en sus caderas. Déjame deshacerte la cama y esperemos que cuando acabemos de deshacerla se hayan vaciado los juzgados, llenados los bolsillos de quien los tiene vacios.

Déjame deshacerte la cama, como si fuera la, ya lejana, primera vez. Como si fuera la última. Intentemos comprender lo incomprensible, enviar al infierno todo lo cruel y pérfido que tiene la vida, cerrar cicatrices, trazar el futuro, sonreír por el pasado, vivir el momento, descubrir una vez más tu cuerpo y todos sus recovecos, sanar las heridas, vendar los arañazos que los años van dejando en la piel.

Ahora que aún hace frio, deshacemos tu cama?



miércoles, 11 de enero de 2012

PRIMERAS VECES

Resulta, como mínimo, curioso como conforme los años nos van tiñendo el pelo de canas, el contorno de los ojos de arrugas, la piel de sal y el alma de belleza las primeras veces son cada vez menos. Son menos porque el tiempo te ha ido haciendo pasar por todos los aros, por todos los ríos y por algunas miradas. Aún así esa sensación de burbujas en el pecho, de efervescencia en el esternón y en las uñas que da las primeras veces no lo da casi nada en el mundo. No sé, tal vez tu pelo de nuevo enredado en mi barba.

Quien no recuerda la primera vez que deposito sus esperanzas en un viejo bote de cristal, esperando que no pase nada, que el tiempo las respete, que sobrevivan a la desesperanza que en ocasiones se posa en los bolsillos de tu ropa mojada y recién tendida.

La primera vez que dejas tu inocencia y tu sexo enredado en otro cuerpo, en otro pelo. La primera vez, en esa primavera de la inicial juventud, en la que acaricias otros brazos, otro vientre, lames otro sexo, besas con ese sabor a dulce vicio a pecado consagrado, a sexo descarnado otra boca. Ese primer vuelo al paraíso acompañado de otro cuerpo. (Si esto sucede cuando los dioses están de buen humor y te bendicen con compartir, por primera vez, esa pasión, con alguien querido es maravilloso y nunca se olvida. Otra cuestión es si eso es una dicha o un infortunio.)

La primera mañana de verano en que tu pelo se mancha de arena de playa, vuelas en un velero imaginario, juegas con tus pies y tus dedos en el mar. La primera en que aparezco en tu ventana.

La primera vez que dejas a alguien o alguien te deja. Solo, desamparado y triste con una duda en la mirada, con un dolor en el pecho, con una puerta cerrada y una ventana rota al futuro. La primera vez que sientes, al dejar o ser dejado, como si las cuerdas que aguantan tu corazón dentro del pecho fueran a reventar y a no aguantar la tensión y la tristeza. (Cierto duele menos, o al menos diferente cuando eres tu quien deja a ese ser querido)

El descubrimiento primero de la poesía, del viento, Los tebeos de Asterix, la primera huida, las nubes, nimbos y cirros tapando el sol. El primer libro. La primera cerveza compartida, ese gintonic de madrugada, el vino de la tarde en tus pestañas. El cava fresco recién abierto, por primera vez degustado. El primer museo.

La primera vez que la vida, cruel bruja vestida de seda, canela y ron, te obliga a decidir entre pasar junto Escila de la roca o junto al implacable remolino Caribdis. La primera vez que sientes que tomes la decisión que tomes de todas las que puedes tomar te van a poner en una situación difícil y precaria. –Señor aparta de mí este cáliz-

El primer trabajo, precario, efímero y frágil, la primera duda. La primera vez en la que eres consciente que siempre existirán más dudas que certezas. Las primeras vacaciones fuera de tu país y sus seguridades. La primera caída en moto, la primera curva en tu cintura. El primer regalo rechazado.

La vez primera en la que te das cuenta que el tiempo, tal vez viaje en tu mismo tren, pero desde luego a distinta velocidad. El día en que descubres el vuelo de las alondras en alguna mirada, ausente y perdida de ti mismo.

miércoles, 4 de enero de 2012

EL PRIMERO, UNA VEZ MAS, ES SOLO PARA ADULTOS.

Ya ves, una vez mas en esta fiesta anual llena de familiares y amigos que reparten deseos y esperanzas, pasado y presente. Varias generaciones compartiendo el mismo vino, el mismo agua y pan y los mismos calçots de cada año.

No es que me disgusten especialmente estas reuniones. Pero, ufff, en ocasiones son tan tediosas y aburridas que helarían el mismísimo infierno. Ese día, además, no me encontraba yo con muchas ganas de ser simpático. Ni de discutir sobre las cansinas conversaciones de siempre. –Que si izquierda, que si derecha, que si el calentamiento del planeta, que si las decisiones de fulanito, que si las decisiones de menganito, que si la crisis- No definitivamente no me apetecía.

La comida fue pasando y el vino envileciendo mi alma y mis apetitos más escondidos. Pronto llego la hora de los tequilas con limón y sal para las heridas. Y justo ahí, en ese instante, cuando un chiquillo lloraba por ves a saber que tontería recibí un mensaje al Mobil. “que aburrimiento, no? No te apetece hacer algo más placentero”. Eras tú, que pizpireta y casquivana me enviabas el mensaje desde la otra punta de la mesa.

no me provoques”- Contesté, mientras ese señor al que tan sólo veía una vez al año me servia otra copa de nosequé. Otro mensaje. “si, te provoco” un mensaje, corto, escueto, conciso, que vino acompañado de tu cuerpo levantándose de la mesa, apartando a un par de crios, tus piernas andando, flotando más bien por el jardín, próximo a la piscina, y tus manos dejando, sin que nadie te viera, una prenda en mis manos que instintivamente cerré para que nadie apreciasee de que se trataba. Tú te excusaste diciendo que ibas al baño. Yo guardé ese tanga negro, con un pequeño lazo granate en un costado en el bolsillo de mis pantalones, pegado a la dureza que emergía en mi entrepierna apretada por el tejano.

Seguían las risas, los niños corriendo y rezando por que el primero cayera a la piscina aún con los últimos fríos del invierno en su agua. Seguía el alcohol corriendo y las conversaciones insulsas llenando el aire de dogmas sin fe.

Me levanté y sin que nadie prestara atención –o al menos eso creía- te seguí al baño. Abrí la puerta, sin llamar, ni pedir permiso, sin saber si estarías allí. Me recibió tu lengua enlazada en la mía. Me recibió tu saliva robando el sabor a ron de mi boca, me recibieron tus pechos, y tus pezones duros y tersos fuertes y erguidos desafiando la gravedad y mi cordura.

Fuera se escuchaba el bullicio y algazara propia de una reunión con tanta gente. Dentro de ese baño nada importaba sólo tu cuerpo y el mío, sólo tu imagen apoyada en el lavabo con tus piernas apoyadas en las puntillas de tus pies y esa parte de ti que tanto me gusta suave y lisa ofrecida a mi hombría. No pude más que agacharme lo justo para dejar que esa parte tuya recién depilada fuese visitada por mi lengua y mis labios, mordida y lubricada. Después, raudo –no sobraba el tiempo- me afiance con mis manos a tus caderas y apoyé mi masculinidad en el sur de tu ombligo. Te miré reflejada en el espejo, apoyada en tus manos, las colinas de tu pecho ofrecidas al viento y a mis dedos.

Entré en ti con esa fuerza que esconde el frenesí recién desatado, con esa vehemencia del que quiere arrancarte tantas pequeñas muertes como sea posible. Con ese miedo agarrado a la espalda y resbalando en cada gota de sudor a ser descubierto por algún anfitrión, por alguno de los asistentes a la fiesta. Temor que tan sólo hacia que los círculos que realizabas rozando mis muslos fuesen más lascivos y concupiscentes. Empezaste a gemir indicando que pronto morirías y resucitarías dentro de ese baño secuestrado. Como pude cogí tu tanga del bolsillo de mi pantalón, lo metí en tu boca evitando que nos delataran tus gemidos. Fuera, en la mesa, en el jardín, en la piscina seguía el enredo propio de esas reuniones. El mundo seguía girando sin remedio ni redención. En ese pequeño lavabo azul un hombre y una mujer en una exaltación de la piel y el sexo alcanzaban el cielo y amarraban al libro de sus incontables experiencias  momentos de impudica lujuria.