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sábado, 29 de marzo de 2014

A UNA AMIGA....




Cuarenta, ya ves, es nada. Un momento en el tiempo, un momento sin más. Tal vez momento de seguir, de vivir de amar. Lo cierto es que somos jóvenes y hermosos, porque uno, venga como venga la partida, es joven y hermoso mientras se sienta así.

Y,  tienen algo los años que las letras, las palabras o los silencios que quedan pendidos entre la estrofa de una y otra poesía no pueden expresar. Tal vez, eso, esa huella vital tan sólo quede apuntada en esas bellas arrugas que el tiempo va dejando en nuestro rostro, como deja azúcar septiembre en las uvas, como deja luz el verano tras el sol vespertino y tardío.

Fíjate,  amiga, que el tiempo pasa y va dejando en el zaguán de los recuerdos, sonrisas, lágrimas, recuerdos, planes, alegrías. Años. Una maratón con el tiempo justo. Antojos por cumplir, palos por tirar, piedras que no han nadado en ningún rio, sueños por soñar, vinos bebidos, besos que no se han dado, abrazos en la sombra. Fracasos. Éxitos. Decepciones que encuentran la salida en el abrazo de un amigo, en las manos  del pasado, en los pies que van al futuro. Y, Fíjate, que a pesar de todo de los años siguen viniendo siguen, pasando…. Tal vez lo más importante, sean las sonrisas compartidas, las confidencias escondidas, la amistad sincera en esos rincones del alma que quedan agazapados en el baúl del tiempo, en la caja de los recuerdos, En las botas del porvenir.

Ya ves, amiga, sólo, cuarenta gotas de agua en la clepsidra de nuestras vidas, en los granos de arena que poco a poco, cadenciosos, pasan por el estrecho devenir de los momentos que nos abrazan, que nos molestan, que nos sonríen, que nos motivan a llorar, a reír, a agitar las manos. A vivir  al fin y al cabo. Un precioso momento para volver a mirar atrás, para respirar. Seguir y andar. Para suspirar con la certeza de que queda mucho por vivir y que todo va a ir bien.

Mira, amiga, mira que tiene el tiempo, como mínimo, cuarenta sonrisas. Cuarenta sombras. Cuarenta heridas. Cuarenta luces. Cuarenta motivos para no contar los años y mil para contar las circunstancias que hacen que tiemble nuestro corazón, que naufrague nuestra voluntad, se pierda la intensidad de nuestras convicciones. Cuarenta amaneceres. Cuarenta ladrones sin pistas para encontrar la luz tras la negra noche. Un hilo de Ariadna que nos sacará del más oscuro de los laberintos.

 Fíjate, amiga, que en los brazos de tus amigos. De aquellos que te quieren, que aún no  son  tan viejos ni tienen los brazos muy cansados hay un hueco para la esperanza una lumbre refulgiendo por si hace falta y se hielan tus manos. Un abrigo para los días de frio. Un paraguas por si llueve. Unos labios dispuestos a soplar en las heridas. Una brújula por si pierdes el norte. Un abrazo. Y, tal vez, la vida sea una bachata, un baile en el que moverse sin dudas ni vergüenza ni miedo en los pies. Un baile que bailar descalza.

Fíjate, amiga, que tal vez  la vida no sea más que el castañear de la estrella que te mira cuando no duermes sola. Que el hombre que te ame descubra que el mejor tiempo es el que pase contigo. Respirando tu aire. Enredado en tus manos. Cepillando tu pelo.


viernes, 21 de marzo de 2014

UN POCO DE SEXO

Recién entraba en nuestras vidas, y en el planeta, la década de los noventa, caía la tarda sobre el mediterráneo como cae la luz sobre el monte parnaso. Tras el humo del cigarro que fumabas entre trago y trago de la cuarta cerveza se veía el veneno de tu pelo negro y rizado, ni largo ni corto. Radiante. Tu sonrisa y tus ojos de mujer que se deshace en sueños cada vez que recuerda aquello que hace temblar su entrepierna. Estabas guapa, muy guapa, sin excusas ni evasivas. Guapa sin más. Pizpireta y feliz.

 Mientras las olas del mar, cerca de nosotros acariciaba los millones de granos de arena inertes sonaba la recién estrenada canción “Veneno en la piel” de Radio Futura. Y como si ya supieras de memoria esa canción, en el momento indicado soplaste espuma de cerveza sobre mi nariz. Sonreímos. Prodigabas tu sonrisa con esmero, como en la canción, y lo cierto, es que me dio por pensar que querías ponerte el disfraz de bruja pecadora…. Recogí ese guante.

Saqué un boli y cogí una de esas servilletas, que más que limpiar tu cara arañan tu piel, mientras te miraba escribí sobre el papel; “-Estas muy guapa-” te pase el papel y el boli mientras volvía a beber de tu cerveza, (la mía se acabó hacia rato y sobraba el camarero a nuestro lado) “-tú también-” devolvía el papel. Me tocaba escribir “-de que color es tu ropa interior-”. “-de verdad te interesa?-“ devolviste escrito en el papel. Te miré a esos ojos de muñeca feliz y asentí con mi cabeza y mi mirada. Mientras emborronábamos de tinta azul la servilleta con su reborde rojo, el mundo seguía girando.

Éramos jóvenes y hermosos, lo éramos porque uno siempre es joven y hermoso mientras se siente así. Busqué entre mis manos y tu pelo intentando buscar algo ocurrente que escribirte en esa servilleta cada vez más emborronada. Tus labios me dieron la idea. – voy al baño dijiste. –“llévate mi reloj, cuando el minutero marque 23 abre la puerta con tu ropa interior en la mano, así veré su color-“ te  escribí en la servilleta que te di junto a mi casio con calculadora. Tu cara y tus ojos se iluminaron entre incerteza y pasión. Yo temblé un segundo por dentro. Esperaba tu reacción. Cogiste la servilleta, la guardaste en el bolso. Cogiste el reloj, - ahora marca y 21…. Tienes 120 segundos- y te marchaste moviendo un culo de pantera hacia el baño. 

Me sentí ridículo contando en voz baja hasta 120. Golpee la puerta del baño de aquel bar medio vacío. Sonaba “y no amanece” de los secretos. Abriste con los tejanos colgados del tirador, una minúscula braguita negra en tus manos que depositaste en las mías. Preciosas dije mientras nos fundimos en un beso, escondidos en aquel lavabo, agarré tu culito, besé tu lengua, tu pelo, tu cara, tus ojos. Mordí tu lengua. Bajé mis manos a tu vientre y algo más abajo introduje mis dedos notando aquella bendita humedad. Tu entrepierna mojada y la dureza de la mía pararon el planeta y su eterno giro. 

 Nada de lo que pasará fuera de ese pequeño y ajeno espacio de apenas tres metros cuadrados importaba. Tan sólo tu saliva bailando con la mia. Me sentaste en el único lugar en el que podía sentarme. Bajaste en cuclillas luciendo un excelente equilibrio y forma física. Tu boca absorbió mi virilidad, mi hombría entraba en tu boca y salía brillante y reluciente del camino húmedo que allí dejabas. En esa postura me mirabas y parecías una bruja buena, una especie de diablesa que sabe lo que quiere y que es capaz de conseguirlo. Parecía que quisieras robar el color de mis ojos. Que durmiera en ti la pasión y que se hubiera despertado hambrienta en el minuto 23. 

 Yo estaba a punto de dejar algo en el interior de tu boca, pegado a tu lengua. Justo en ese instante dijiste. Espera. Espera. A mi ya no me importaba que alguien fuera pudiera escuchar (improblable, porque What it Take de Aerosmith inundaba el aire). Te levantaste y frente a frente te sentaste sobre mi. Una joven valkiria morena cabalgando, descontrolada y gimiendo. Suspiraste arqueaste tu cuerpo hacia atrás. Yo dejé de pensar de controlar, de intentar que mi lluvia blanca no inundara tu interior. Dos pequeñas muertes tuvieron lugar en ese inusual lugar. Sonreíste. Sonreí. Dejaste tus braguitas en mis manos te pusiste tus tejanos y saliste diciendo. Espera unos segundos para salir. 

 Cuando llegué a la mesa habían dos nuevas cervezas. El invierno seguía su curso, la guitarra de Joe Perry seguía rasgando el viento, yo tenia el sabor de tu piel y tal vez de tu dolor en mi lengua. Tú sacaste del bolso la servilleta manuscrita con una letra tan preciosa como tus dedos de uñas rojo intenso y con mis garabatos. Con sonrisa de diablesa la guardaste en el bolsillo de tus tejanos…… ¿Cuánto tiempo estaría allí guardada?

sábado, 1 de marzo de 2014

AHORA QUE ES TIEMPO DE DISFRACES.




Una vez más, como cada año, el Rey Carnestoltes, precediendo la austeridad y la penitencia de la cuaresma cristiana, viene con sus sonrisas y ungüentos que curan heridas del alma, dándonos órdenes de cómo vestirnos. Nos indica a susurros inaudibles que nos quitemos los trajes y corbatas de siempre, los vestidos de reuniones interminables, la bata de trabajo. La monotonía al fin y al cabo. Nos dice que nos vistamos distinto, que soñemos lo que queremos ser, y nos vistamos de nuestro sueño. Que lo vivamos, aún en el corto tiempo que dura el sonido de una nana en el oído de un pequeño. Y la verdad, se me ocurren muchos disfraces con los que vestirme.

Tal vez de la  botella vacía que queda tras una tarde de charla, conversaciones y besos. O del mensaje que podamos dejar en esa botella pidiendo un mundo mejor, más humano, más amable. De la ola de tu Mediterráneo que moverá esa botella y su mensaje hasta las palmas de tu mano. Ponerme, quizás, la mascara que es el eco de tus labios cada vez que marchas diciendo que me quieres, que dejas un beso prendido en la mesita y bailando en mis labios.

No estaría nada mal ponerme la ropa del oscuro vértigo que resurge cada vez que salto entre tus pestañas o, tal vez, de la gota de sudor que recorre tu columna para acabar su camino allá donde acaba tu espalda y en su culotte negro cada vez que mis dientes muerden tu cuello y un escalofrió recorre tu nunca.

Quiero ponerme el antifaz del arañazo en tu espalda, del hombre que habita en tus sueños y sabe hacer el fuego primigenio para darte el calor que necesita tu pecho. De la estrella polar que marca tu norte y mi sur. De las manos y los dedos que se entrelazan entre tus brazos y las flores vespertinas que recoges al atardecer. Del sueño sexual que hace que despiertes jadeando en las  noches de cuarto menguante. De la postal que recibes cuando mi cuerpo está lejos y mi ausencia cercana. Del pirata que te secuestra y te lleva por mares lejanos y fantásticos, lejos de los folios y números diarios y te besa en playas sin normas. Del vampiro de capa negra que muerde tu cuello, de aventurero en tus sueños, del canalla impenitente que te hace estremecer.

Y, fíjate, que seria interesante ponerse el disfraz de la puerta abierta a la esperanza a los días que vendrán, de la ventana sin cerrojos que deja pasar el aire fresco. De tu mejor canción, de la poesía que aún no te he escrito. De la vibración de tu voz recitándome al oído poemas de Omar Kayamn. Del susurro que queda pendido en el aire cada vez que dejas de decirme un te quiero. De blues acompasado a tus pasos.

De suicida por amor que se arrepiente. Justo, un segundo antes de saltar y encuentra soluciones en tu cama. De la estrella que brilla en tu dedos, de las constelaciones y las pleyades que recorren tu espalda.

Buscar entre los cajones del ayer y los cachivaches que por ahí andan guardados material para hacerme el antifaz veneciano del carmín de tus labios, el perfume en tu cuello, la prenda que tapa tu culito, los zarcillos brillantes  que adornan tus oídos. Del hilo de Ariadna que te muestra la salida de tu laberinto. Del arco tensado de Ulises. Del ascensor en el que te quedas atrapada, de las promesas que no cumplí. De la lluvia que empapa tu pelo.


Ponerme esa ropa que me trasformaría, aún por unas horas, en el avión que te trae de vuelta a casa, no a cuatro paredes, a esa casa que habita en tu corazón. El bombón de licor que explota en tu boca. Del lugar al que volver, del sitio donde quieres estar. De demonio bueno, con alas de ángel. O disfrazarme, ya ves, de la paz que anida en los rizos de tu pelo.